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jueves, 29 de enero de 2009

El Divorcio y lo que implica II

Los hijos del divorcio

En los años sesenta, cuando los hippies y el amor libre eran centro de las tapas de los diarios y revistas de actualidad, padres y psicólogos estaban convencidos de que las consecuencias del divorcio en los chicos eran absolutamente menores frente a las que tendría la prolongación de un matrimonio mal avenido. Hoy, distintas investigaciones parecen indicar que la separación de los padres puede tener efectos más profundos y duraderos de lo que se creía. Los trabajos, sin embargo, presentan flancos débiles.

¿El divorcio deja secuelas en los chicos?
Solamente algún distraído podría afirmar taxativamente que no. Es que los padres, en general, dejan secuelas en los hijos, se divorcien o no.
Esta es una de las respuestas posibles al trabajo de Judith Wallerstein, psicóloga estadounidense que dedicó su vida a estudiar los efectos del divorcio en los hijos y cuyo libro, El legado inesperado del divorcio, un estudio de 25 años, plantea la provocativa tesis de que esa decisión de los padres puede tener efectos duraderos e indeseados en los hijos.
Wallerstein siguió durante dos décadas y media a un grupo acotado de 60 matrimonios divorciados, entrevistándose periódicamente con ellos y con sus chicos, y llegó a la conclusión de que, lejos de ser una crisis pasajera, el divorcio produce una multiplicidad de cambios negativos no sólo en la niñez y la adolescencia, sino también en la adultez.
Según Wallerstein, el axioma de que los chicos sufren, pero se adaptan, tan en boga durante la última parte del siglo, es básicamente falso. Entre las secuelas del divorcio, la psicóloga encontró, por ejemplo, que los hijos de parejas separadas se casan menos (40 por ciento en el grupo estudiado, contra más del 80 por ciento en la población general de la misma edad), que buscan el amor en lugares equivocados y cometen errores en la elección de sus propias parejas.

Una decisión difícil
Sin embargo, como suele ocurrir en todo lo que tenga que ver con los afectos y las emociones, la ecuación no es tan simple como podría parecer. Los chicos, más que los hechos, perciben la atmósfera emocional que los rodea. Detectan rápidamente cualquier falsedad y les produce inquietud e incomodidad. Aunque los chicos probablemente mantendrán durante años la fantasía de que los padres volverán a juntarse, si perciben que los padres son felices en una nueva situación recordarán el dolor de la separación como un episodio pasado, coinciden expertos argentinos.
Otros opinan que, en el fondo, todo hijo es un hijo adoptivo. Aunque los lazos de consanguinidad no se rompen, la función parental sólo es efectiva cuando los padres se hacen cargo emocionalmente de sus hijos; si no, ni las leyes ni la biología pueden llenar ese vacío.
Lo importante, parece, es que los chicos puedan expresar el dolor o la angustia que les provoca la separación de sus padres, y que éstos aprendan a decodificar las llamadas de auxilio de sus hijos: hay momentos en que un ataque de rabia no es enojo sino dolor, afirma.

Cómo encararlo
Otros psicoanalistas creen que todo divorcio es un desastre. Pero ¿quién está en condiciones de evaluar si esa pérdida es mayor o menor que la que implica un matrimonio infeliz? Lo que está en juego en una separación es una elección entre lo malo y lo peor. Y una apuesta. Porque, sea en una pareja o en un divorcio, garantías nunca hay. De lo que se trata, en todo caso, es de dónde se encuentran condiciones para generar y sostener expectativas de algo bueno o algo mejor.

En una separación sufren todos: los padres, los hijos, los abuelos y hasta los amigos. El grado de sufrimiento de cada uno, las características, envergadura y duración de los efectos, los modos de procesarlos y, eventualmente superarlos, no es algo que pueda generalizarse y depende de una multiplicidad de factores, individuales y del contexto familiar y social, que ningún estudio estadístico simplificado y mucho más que discutible, puede cuantificar.

Por otro lado, el matrimonio monógamo y para toda la vida, es una institución cultural, una convención cuya valoración cambia con los tiempos. La pareja, el amor, la familia, los hijos, no fueron siempre como se conocen hoy, ni así serán mañana. Se tiende a naturalizar lo conocido y a evaluar todo cambio como un desvío impropio, cuando en realidad es, siempre, otra manera de enfrentarse a la incertidumbre de vivir.

Más allá de las diferencias de posturas, lo que ya casi nadie discute es que resulta difícil garantizar desde el vamos la permanencia de un matrimonio. La historia de Graciela, 31, es un caso que puede servir de ejemplo: estuvo casada durante un año y medio, y finalmente se divorció. Con una hija de dos años, confiesa que a pesar de que conocía a su marido desde los catorce, a partir de la vida en común las cosas cambiaron.

“Mientras éramos novios todo estaba bien. Pero el día que tuvimos que luchar para salir adelante, pagar las cuentas, conseguir trabajo, me di cuenta que a él le faltaba decisión. Todo recaía sobre mis hombros: yo era la que trabajaba, la que resolvía los problemas... A Jorge se le ocurrió que estaba frustrado, que quería realizarse... Al final todo se derrumbó y decidimos divorciarnos”, cuenta.

Consejos
Pero en los matrimonios con hijos, el divorcio no es un mero trámite, porque plantea una serie de interrogantes acerca de los más pequeños que habrá que responder adecuadamente. En ese sentido, los psicoterapeutas ofrecen algunos consejos para reducir el daño:
a) No eludir la verdad. Los chicos son muy perceptivos, comprenderán que existen problemas y reaccionarán dudando de los padres.
b) Evitar las discusiones violentas.
c) Explicar a los hijos que el hecho de que el divorcio no significa que ellos serán adandonados.
d) Hacerles sentir que, aunque el matrimonio no resultó, se está feliz de haberlo intentado porque de esa unión nacieron ellos.
e) Si la situación no puede manejarse adecuadamente, buscar ayuda profesional o en grupos de padres que hayan pasado por el mismo trance.

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