Cuando te conviertes en madre o padre quieres ofrecer lo mejor de ti mismo a tu hijo que tanto adoras. Quieres darle las mejores atenciones para que se sienta querido, confortable, bien alimentado, comprendido, no pase malos momentos, y si sufre, aliviarle su pena lo antes posible. Centras toda tu atención y energía para que crezca feliz y a pesar de tanto esfuerzo y renuncias, en muchas ocasiones no ves cumplido tu deseo.
Entonces te preguntas, ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Cómo puedo hacerlo mejor? Inicias una búsqueda entre manuales educativos, revistas de infancia, Internet donde leer qué más puedes hacer para que tu hijo deje de llorar por todo, deje de estar enfado constantemente, se comporte mejor, no te desobedezca tanto, cómo ser una madre o padre más paciente, tolerante, con mejor humor. En definitiva, buscas saber cuál es la forma correcta de ser padre.
El hijo perfecto no existe y el padre o madre perfecta tampoco
¡Pero de la misma manera que no existe el hijo perfecto tampoco existe el padre perfecto. En el camino de educar nos vamos encontrando con multitud de obstáculos a los que no siempre sabemos cómo enfrentarnos. Vivir con niños o adolescentes es agotador y requiere poner mucho de nuestra parte: constancia, valor, sentido común, esperanza, alegría, corazón, etc.
Como seres humanos que somos, no siempre nos encontramos con las fuerzas suficientes para estar de buen humor ni con el valor suficiente de afrontar una situación que nos desborda. Pero se intenta disimular y no mostrar estas flaquezas a los hijos.
Los hijos necesitan padres y madres que se equivoquen o lloren
En el proceso de educar no hace falta que siempre sepas qué hacer ni que lo hagas de la mejor manera. Eso implica que no siempre estarás cariñosa, no siempre actuarás con paciencia, no siempre tendrás la respuesta y no siempre actuarás con amabilidad con tu hijo. Te puedes equivocar, puedes tener momentos de inseguridad y de enfado, incluso momentos de desesperanza. Y eso significa ser persona, ser padre o madre.
Mostrar tus momentos de flaqueza ante tu hijo será un gran aprendizaje pues él también tiene momentos de duda, tristeza, rabia, confusión y verlo en ti le dará una gran paz, además de sentirse más cercano y abrigado por ti.
Si les queremos ofrecer a nuestros hijos padres perfectos, les estamos pidiendo inconscientemente que ellos también sean hijos perfectos. Esta cadena de exigencias suele ofrecer mucha frustración tanto a los padres como a los hijos al no conseguir hacer siempre lo correcto y al no obtener los resultados deseados. Esta cadena pone mucha distancia emocional entre padres e hijos.
Mientras estás pensando en ofrecer a tu hijo la forma correcta de hacer, estás dejando de ofrecerle tu corazón y estás dejando de escuchar el suyo.
Cristina García
Pedagoga, educadora infantil y terapeuta gestáltica
edukame.com
viernes, 26 de febrero de 2010
No hace falta que seas un padre perfecto
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