....
* A * R * L * E * Y *
Quisiera descubrir lo que guardas en sueños...
y si estuviera en mis manos hacerlo posible....
Te contemplo dormir
y el tiempo no ha pasado....
y te veo como ayer...
como hace cinco años..
como hace seis..
como te imaginaba aun antes de nacer...
Tu sonrisa
logra calmar incluso alguna herida
que todavia duele y llora
Tu abrazo es fuerza
es vida
Tu mirar y esos ojitos brillosos juguetones....
deseo de corazón
puedan contemplar
en el mundo
lo que tu corazon y tu alma
sueñen
Muti Moi
Para escuchar y ver ... una preciosa melodia.... de compositor y pianista Sebastian Gesser.
viernes, 15 de octubre de 2010
Deseos de una Mami :)
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sebastian gesser
lunes, 11 de octubre de 2010
Para reflexionar sobre el dia a dia....de la vida en familia
Videos encontrado en el Blog The Classical Mommy
Un Blog donde comparten experiencias sobre el Homeschool con orientacion cristiana.
jueves, 30 de septiembre de 2010
Investigando con niños? noooooo... No?
Es posible...e incluso como jugando!
Aqui un resultado con mi peque cuando tenia cuatro años.
Aqui un resultado con mi peque cuando tenia cuatro años.
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padres
lunes, 23 de agosto de 2010
Atencion Peru - Lima Campaña por niños con Labio leporino
Si saben de niños que tengan labio leporino y/o paladar hendido y no tengan los medios para operarse,
que vengan a la Clínica San Borja el 27 de agosto a las 9:00 a.m.
De todos los niños asistentes se elegirán de 45 a 50 para realizarles la operación y brindarles el tratamiento recuperatorio GRATUITAMENTE, es ...la oportunidad de cambiarle la vida a alguien.
Se agradece divulgar esta informacion.
Nota: La administracion del Blog no tiene nada que ver con dicho evento, nosotros tan solo estamos brindando la información, a fin de que llegue a quien corresponda.
que vengan a la Clínica San Borja el 27 de agosto a las 9:00 a.m.
De todos los niños asistentes se elegirán de 45 a 50 para realizarles la operación y brindarles el tratamiento recuperatorio GRATUITAMENTE, es ...la oportunidad de cambiarle la vida a alguien.
Se agradece divulgar esta informacion.
Nota: La administracion del Blog no tiene nada que ver con dicho evento, nosotros tan solo estamos brindando la información, a fin de que llegue a quien corresponda.
viernes, 12 de marzo de 2010
Cinco cosas peligrosas que debe permitir que haga su niño
24 FEB 10
Sobreprotegidos (e infelices)
Las actividades temerarias que se llevan a cabo en la infancia contribuyen a abrirnos los ojos, a que le perdamos miedo al mundo.
MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO / EL PAÍS - Cultura
Desde el célebre arranque de Anna Karénina sabemos que todas las familias felices se parecen y que las desdichadas lo son cada una a su modo. Pero hay algo en lo que tanto las dichosas como las desgraciadas coinciden, sea cuál sea el ámbito en que se desarrollan: la protección de los hijos.
La intensidad de esa protección es lo que ha variado extraordinariamente a lo largo del tiempo, y sigue haciéndolo de uno a otro contexto. Cuando yo era niño montaba en bici sin usar casco, usaba un tirachinas con el que logré notable precisión y encendía hogueras en la playa, igual que los exploradores de las películas hacían en la selva con el fin de mantener a raya a los animales salvajes o a las sanguinarias tribus hostiles (los niños de entonces éramos incorregiblemente colonialistas). Todo eso ocurría al menos durante el verano; de vuelta a la ciudad mis libertades -igual que las de mis amigos- eran severamente cercenadas, y ya no podía jugar en la calle.
La infancia siempre ha sido la edad más peligrosa. Es cuando más se aprende, y no hay aprendizaje que no implique riesgo. Además de divertidas, las actividades temerarias que se llevan a cabo en la infancia contribuyen a abrirnos los ojos, a que le perdamos miedo al mundo. Transgredir las medidas cautelares con las que los adultos protegen a los niños es, a veces, aunque a los primeros les cueste reconocerlo, un modo de explorarlo. Los mejores padres también lo saben (recuerdan su infancia) y enseñan a sus hijos a comprender la diferencia entre peligro y riesgo, entre prudencia y cobardía, suministrándoles saber y consejo, no desconfianza o aprensión. Los padres, digamos, suficientemente buenos son aquellos que entienden (aún a costa de cierta angustia) que sólo asumiendo pequeñas responsabilidades (por tanto, riesgos) los niños crecen.
La sobreprotección de los pequeños es un preocupante problema de las sociedades avanzadas. En EE UU el deseo desmedido de evitarles a los hijos los peligros del mundo -que se resuelve en una exagerada "infantilización" de la infancia-, puede llegar a alcanzar extremos grotescos, incrementando artificialmente la vulnerabilidad de los niños. Una profesional acostumbrada a batirse el cobre en el implacable mercado laboral estadounidense me comentaba hace poco sin pestañear que no pensaba permitir que su sensible hijo acudiera a la ceremonia de entrega de premios de su colegio: no deseaba que los triunfos de sus compañeros crearan en su hijo una sensación de frustración o de duda en sus propias capacidades.
Quizás por todo ello resulta más explicable la intensidad del debate que ha provocado en EE UU la publicación de Fifty Dangerous Things You Should Led Your Children Do, de Gever Tulley y Julie Spigler, un libro que, tras ser categóricamente rechazado por muchas editoriales y ser finalmente editado a cuenta de sus autores, lleva camino de convertirse en un éxito de ventas. Las "cincuenta cosas peligrosas" que los padres "deberían permitir que sus hijos hicieran" son muy simples: desde encender hogueras hasta trepar por los árboles, desde desmontar aparatos eléctricos a conducir (acompañados) el coche familiar por un descampado. Nada que no hicieran o pudieran haber hecho Guillermo Brown y los "Proscritos", aquellos admirables héroes de mi infancia. Detrás de todo ello no está el capricho o la imprudencia, sino la idea de que el conocimiento se basa en la experimentación, y ésta implica libertad, sorpresa y riesgo. El objetivo debe ser enseñar a los niños a amar la vida -no a temerla-, permitiéndoles la autonomía suficiente, aunque eso implique un margen (controlado) de riesgo. Y es que, como decía Sartre (Las palabras) a propósito de la paternidad, qué bien está hacer hijos, pero qué iniquidad es "tenerlos".
Fuente: El Pais Madrid
Sobreprotegidos (e infelices)
Las actividades temerarias que se llevan a cabo en la infancia contribuyen a abrirnos los ojos, a que le perdamos miedo al mundo.
MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO / EL PAÍS - Cultura
Desde el célebre arranque de Anna Karénina sabemos que todas las familias felices se parecen y que las desdichadas lo son cada una a su modo. Pero hay algo en lo que tanto las dichosas como las desgraciadas coinciden, sea cuál sea el ámbito en que se desarrollan: la protección de los hijos.
La intensidad de esa protección es lo que ha variado extraordinariamente a lo largo del tiempo, y sigue haciéndolo de uno a otro contexto. Cuando yo era niño montaba en bici sin usar casco, usaba un tirachinas con el que logré notable precisión y encendía hogueras en la playa, igual que los exploradores de las películas hacían en la selva con el fin de mantener a raya a los animales salvajes o a las sanguinarias tribus hostiles (los niños de entonces éramos incorregiblemente colonialistas). Todo eso ocurría al menos durante el verano; de vuelta a la ciudad mis libertades -igual que las de mis amigos- eran severamente cercenadas, y ya no podía jugar en la calle.
La infancia siempre ha sido la edad más peligrosa. Es cuando más se aprende, y no hay aprendizaje que no implique riesgo. Además de divertidas, las actividades temerarias que se llevan a cabo en la infancia contribuyen a abrirnos los ojos, a que le perdamos miedo al mundo. Transgredir las medidas cautelares con las que los adultos protegen a los niños es, a veces, aunque a los primeros les cueste reconocerlo, un modo de explorarlo. Los mejores padres también lo saben (recuerdan su infancia) y enseñan a sus hijos a comprender la diferencia entre peligro y riesgo, entre prudencia y cobardía, suministrándoles saber y consejo, no desconfianza o aprensión. Los padres, digamos, suficientemente buenos son aquellos que entienden (aún a costa de cierta angustia) que sólo asumiendo pequeñas responsabilidades (por tanto, riesgos) los niños crecen.
La sobreprotección de los pequeños es un preocupante problema de las sociedades avanzadas. En EE UU el deseo desmedido de evitarles a los hijos los peligros del mundo -que se resuelve en una exagerada "infantilización" de la infancia-, puede llegar a alcanzar extremos grotescos, incrementando artificialmente la vulnerabilidad de los niños. Una profesional acostumbrada a batirse el cobre en el implacable mercado laboral estadounidense me comentaba hace poco sin pestañear que no pensaba permitir que su sensible hijo acudiera a la ceremonia de entrega de premios de su colegio: no deseaba que los triunfos de sus compañeros crearan en su hijo una sensación de frustración o de duda en sus propias capacidades.
Quizás por todo ello resulta más explicable la intensidad del debate que ha provocado en EE UU la publicación de Fifty Dangerous Things You Should Led Your Children Do, de Gever Tulley y Julie Spigler, un libro que, tras ser categóricamente rechazado por muchas editoriales y ser finalmente editado a cuenta de sus autores, lleva camino de convertirse en un éxito de ventas. Las "cincuenta cosas peligrosas" que los padres "deberían permitir que sus hijos hicieran" son muy simples: desde encender hogueras hasta trepar por los árboles, desde desmontar aparatos eléctricos a conducir (acompañados) el coche familiar por un descampado. Nada que no hicieran o pudieran haber hecho Guillermo Brown y los "Proscritos", aquellos admirables héroes de mi infancia. Detrás de todo ello no está el capricho o la imprudencia, sino la idea de que el conocimiento se basa en la experimentación, y ésta implica libertad, sorpresa y riesgo. El objetivo debe ser enseñar a los niños a amar la vida -no a temerla-, permitiéndoles la autonomía suficiente, aunque eso implique un margen (controlado) de riesgo. Y es que, como decía Sartre (Las palabras) a propósito de la paternidad, qué bien está hacer hijos, pero qué iniquidad es "tenerlos".
Fuente: El Pais Madrid
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educación,
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viernes, 26 de febrero de 2010
No hace falta que seas un padre perfecto
Cuando te conviertes en madre o padre quieres ofrecer lo mejor de ti mismo a tu hijo que tanto adoras. Quieres darle las mejores atenciones para que se sienta querido, confortable, bien alimentado, comprendido, no pase malos momentos, y si sufre, aliviarle su pena lo antes posible. Centras toda tu atención y energía para que crezca feliz y a pesar de tanto esfuerzo y renuncias, en muchas ocasiones no ves cumplido tu deseo.
Entonces te preguntas, ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Cómo puedo hacerlo mejor? Inicias una búsqueda entre manuales educativos, revistas de infancia, Internet donde leer qué más puedes hacer para que tu hijo deje de llorar por todo, deje de estar enfado constantemente, se comporte mejor, no te desobedezca tanto, cómo ser una madre o padre más paciente, tolerante, con mejor humor. En definitiva, buscas saber cuál es la forma correcta de ser padre.
El hijo perfecto no existe y el padre o madre perfecta tampoco
¡Pero de la misma manera que no existe el hijo perfecto tampoco existe el padre perfecto. En el camino de educar nos vamos encontrando con multitud de obstáculos a los que no siempre sabemos cómo enfrentarnos. Vivir con niños o adolescentes es agotador y requiere poner mucho de nuestra parte: constancia, valor, sentido común, esperanza, alegría, corazón, etc.
Como seres humanos que somos, no siempre nos encontramos con las fuerzas suficientes para estar de buen humor ni con el valor suficiente de afrontar una situación que nos desborda. Pero se intenta disimular y no mostrar estas flaquezas a los hijos.
Los hijos necesitan padres y madres que se equivoquen o lloren
En el proceso de educar no hace falta que siempre sepas qué hacer ni que lo hagas de la mejor manera. Eso implica que no siempre estarás cariñosa, no siempre actuarás con paciencia, no siempre tendrás la respuesta y no siempre actuarás con amabilidad con tu hijo. Te puedes equivocar, puedes tener momentos de inseguridad y de enfado, incluso momentos de desesperanza. Y eso significa ser persona, ser padre o madre.
Mostrar tus momentos de flaqueza ante tu hijo será un gran aprendizaje pues él también tiene momentos de duda, tristeza, rabia, confusión y verlo en ti le dará una gran paz, además de sentirse más cercano y abrigado por ti.
Si les queremos ofrecer a nuestros hijos padres perfectos, les estamos pidiendo inconscientemente que ellos también sean hijos perfectos. Esta cadena de exigencias suele ofrecer mucha frustración tanto a los padres como a los hijos al no conseguir hacer siempre lo correcto y al no obtener los resultados deseados. Esta cadena pone mucha distancia emocional entre padres e hijos.
Mientras estás pensando en ofrecer a tu hijo la forma correcta de hacer, estás dejando de ofrecerle tu corazón y estás dejando de escuchar el suyo.
Cristina García
Pedagoga, educadora infantil y terapeuta gestáltica
edukame.com
Entonces te preguntas, ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Cómo puedo hacerlo mejor? Inicias una búsqueda entre manuales educativos, revistas de infancia, Internet donde leer qué más puedes hacer para que tu hijo deje de llorar por todo, deje de estar enfado constantemente, se comporte mejor, no te desobedezca tanto, cómo ser una madre o padre más paciente, tolerante, con mejor humor. En definitiva, buscas saber cuál es la forma correcta de ser padre.
El hijo perfecto no existe y el padre o madre perfecta tampoco
¡Pero de la misma manera que no existe el hijo perfecto tampoco existe el padre perfecto. En el camino de educar nos vamos encontrando con multitud de obstáculos a los que no siempre sabemos cómo enfrentarnos. Vivir con niños o adolescentes es agotador y requiere poner mucho de nuestra parte: constancia, valor, sentido común, esperanza, alegría, corazón, etc.
Como seres humanos que somos, no siempre nos encontramos con las fuerzas suficientes para estar de buen humor ni con el valor suficiente de afrontar una situación que nos desborda. Pero se intenta disimular y no mostrar estas flaquezas a los hijos.
Los hijos necesitan padres y madres que se equivoquen o lloren
En el proceso de educar no hace falta que siempre sepas qué hacer ni que lo hagas de la mejor manera. Eso implica que no siempre estarás cariñosa, no siempre actuarás con paciencia, no siempre tendrás la respuesta y no siempre actuarás con amabilidad con tu hijo. Te puedes equivocar, puedes tener momentos de inseguridad y de enfado, incluso momentos de desesperanza. Y eso significa ser persona, ser padre o madre.
Mostrar tus momentos de flaqueza ante tu hijo será un gran aprendizaje pues él también tiene momentos de duda, tristeza, rabia, confusión y verlo en ti le dará una gran paz, además de sentirse más cercano y abrigado por ti.
Si les queremos ofrecer a nuestros hijos padres perfectos, les estamos pidiendo inconscientemente que ellos también sean hijos perfectos. Esta cadena de exigencias suele ofrecer mucha frustración tanto a los padres como a los hijos al no conseguir hacer siempre lo correcto y al no obtener los resultados deseados. Esta cadena pone mucha distancia emocional entre padres e hijos.
Mientras estás pensando en ofrecer a tu hijo la forma correcta de hacer, estás dejando de ofrecerle tu corazón y estás dejando de escuchar el suyo.
Cristina García
Pedagoga, educadora infantil y terapeuta gestáltica
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